Estoy convencido de que algunos políticos están plenamente capacitados para ser jugadores profesionales de poker. Tal vez se dediquen a eso cuando se aburren de estar sentados en sus sillones.

Una de las cualidades que debe tener todo político que se precie es la de poder decir una cosa y la contraria sin pestañear, convencidos de que las palabras que pronuncian son verdades como templos. Que la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, le diga a la líder de Podemos en Andalucía, Teresa Rodríguez, que “la música de Donald Trump diciendo que hay que echar a la casta corrupta la habíamos escuchado ya en España en su fuerza política” es equiparable a señalar una manzana y decir que es una pera, o viceversa. “Quizá los dos bebían de la misma fuente”, espetó Díaz, y se quedó tan ancha, sin arrugarse, ni despeinarse, con la misma cara de un cura pronunciando la palabra de Dios. Puede que Díaz no se haya dado cuenta de que su partido ha apoyado la investidura de Mariano Rajoy y de un gobierno presidido por el partido más corrupto de la historia de España. Quizá también se haya olvidado de quiénes son Cháves y Griñán.

Trump es la casta, Rajoy es la casta, Susana Díaz es la casta, Teresa Rodríguez es la casta, todos somos la casta. Lo que diferencia a unos de otros es la voluntad de cambiar el sistema, ese sistema que todos, sin excepción, ayudamos a alimentar hasta crear el monstruo que ahora nos está engullendo.

Vivimos en un mundo en el que las cosas ya no son lo que parecen. Las líneas que definían los límites entre una cosa y su contraria son cada vez más difusas.

Me voy a comer una pera. ¿O será una manzana?

Fernando Prado.

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