La muerte de Rita Barberá pasaría completamente desapercibida de no ser por la rotundidad de su personaje. La eterna alcaldesa de Valencia y senadora falleció de un infarto en un hotel de Madrid. Gobernó como si la alcaldía fuese su casa, su empresa particular.

Rita Barberá estaba rodeada de casos de corrupción; de hecho, tuvo que declarar recientemente ante el Tribunal Supremo dentro de la investigación que la implica en la presunta financiación irregular del Partido Popular de la capital valenciana.

Parece que ahora son muchos los que se arrepienten de haberla apartado y todo son alabanzas a su persona y a su carrera política. No hay nada más desagradable que ser un veleta, condición muy común en la clase política y empresarial española.

Rita Barberá vivió siempre fiel a sus principios, que consistían en hacer siempre lo que le daba la gana. Esto es lo que hay y, si no te gusta, a cascarla.

Pues eso.

Fernando Prado.

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