En estos días de resaca uno no puede evitar sentirse desconcertado y en estado de zozobra permanente. Hemos dejado atrás todo ese rollo de procesiones, mártires, estampidas, niñxs disfrazadxs y delirios colectivos. Puede que el éxtasis ante el paseo nocturno de una figura de madera te haya provocado un llanto sagrado, o puede que simplemente te hayas abandonado al hedonismo, el caso es que toca volver a la realidad.
Hace días que no dejo de darle vueltas al asunto de la bandera a media asta. Sí, “desde las 14:00 horas del Jueves Santo hasta las 00:01 horas del Domingo de Resurreción, la enseña nacional ondeará a media asta en todas las unidades, bases, centros y acuartelamientos”. Eso estableció el Ministerio de Defensa en una orden interna. Y no es que el fervor patrio haya brotado en mí de repente, al fin y al cabo me considero apátrida y una bandera no es más que un trozo de tela. Es el valor simbólico de todo esto lo que me pone los pelos de punta y hace que el gusano de la indignación crezca sin parar alimentándose dentro de mi. La bandera a media asta en conmemoración de la muerte de Cristo. No es una broma.
En este país se sigue confundiendo la libertad religiosa con la imposición de un credo mayoritario. Se puede esperar cualquier cosa de un Gobierno que otorga medallas a vírgenes. Pensamos que la palabra cultura posee un saco sin fondo en el que todo cabe, desde la tauromaquia hasta las tradiciones religiosas. Decimos que el aspecto físico está directamente relacionado con la higiene personal. Creemos que vivimos en un estado de derecho en el que la libertad de expresión está garantizada, pero la Audiencia Nacional condena a Cassandra Vera a un año de prisión y siete de inhabilitación absoluta por unos chistes.
Una de las peores herencias del franquismo es la de la unión todopoderosa entre Estado e Iglesia. Una república y un estado laico son imprescindibles.
Hay que romper la tableta de chocolate.
Fernando Prado.
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