Chris

En agosto de 1990 comenzaba la Operación Tormenta del Desierto. Por primera vez en la historia la guerra se transmitía en directo y los salones de todo el mundo se iluminaban con los destellos de las explosiones y las fluorescencias de las balas proyectándose a toda velocidad en el cielo nocturno. Yo tenía entonces quince años y recuerdo las imágenes en la televisión, el desconcierto, la incertidumbre y cierto miedo ante lo que muchos auguraban como el principio de la tercera guerra mundial.

A menudo debo recurrir a los hechos para tomar conciencia del paso del tiempo. La transición de los años ochenta a los noventa fue apasionante. Se dejaban atrás los rizos y la laca, el buen rollo de la sociedad liberal y germinaban aquí y allá semillas de disconformidad, de protesta, de rebeldía, de cambio. El pop estático y edulcorado ya no era suficiente y como respuesta al descontento social surgieron bandas que cambiarían radicalmente el panorama musical y se convertirían en un fenómeno de masas.

El thrash metal languidecía con algunos de sus gigantes publicando discos que se alejaban del género y otros experimentando con drogas amazónicas, ahogándose en alcohol o consumiéndose en su propio ego. El death metal era llevado al extremo de la técnica por bandas como Death, Cynic, Pestilence o Atheist, cuyos discos siguen siendo una referencia a día de hoy. El pop parecía irrelevante.

Mientras todo esto ocurría, varios grupos de la denominada escena de Seattle irrumpían con violencia y enseguida se convirtieron en el símbolo de toda una generación. Todo ese torbellino hubiera pasado desapercibido para mí de no ser por mi curiosidad y mi voraz apetito musical. Escuché cualquier cantidad de bandas y casi todas me parecieron irrelevantes o mediocres, con la excepción de Pearl Jam o Alice in Chains, por ejemplo. Pero hubo un grupo que me atrapó desde el primer instante. Soundgarden sonaba diferente, poseía fuerza, lirismo, riffs potentes, reminiscencias de Black Sabbath o Led Zeppelin, una composicíon excelente y una voz única, portentosa. Al escuchar el álbum Superunknown supe que estaba ante una joya. En mi opinión, es uno de los mejores discos publicados en los noventa y puede que en la historia del rock.

Hace unos días nos enterábamos de la muerte de Chris Cornell -vocalista de Soundgarden, Temple of the Dog o Audioslave-. Se ahorcó en un baño cualquiera de una habitación cualquiera de un hotel cualquiera después de dar un concierto con Soundgarden. La mejor voz del grunge, una voz única e inigualable, se ha silenciado para siempre.

Sólo puedo decir una cosa: gracias, Chris.

Fernando Prado.

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