En España, las fiestas se han convertido en un dogma de fe. Ni se te ocurra cuestionar tal o cual actividad, actitud o espíritu festivo porque los fervorosos vecinos se te echarán encima. Si hay maltrato animal, cualquier vecino fiestero te dirá que no sufren, que ahí no se les maltrata, solo se les sacude un poco, o se les corretea o se les incordia bombardeando el aire durante 15 minutos con petardos y fuegos artificiales (como sucede con los combates navales). Y luego esos mismos ayuntamientos se declararán amigos de los animales pues están libres de corridas de toros y de circos y demás espectáculos con animales.
Por más ingenua o bien intencionada que sea, en el mejor de los casos una fiesta colapsa los pueblos e incordia a lxs vecinxs (que no se quieran unir). Por ejemplo, aquí donde vivimos, Vilagarcía de Arousa es «mundialmente» conocida por comer las uvas de nochevieja al mediodía del 31 de diciembre y por su fiesta del agua dentro de su semana grande, dedicada a san Roque, santo al que por cierto nadie le hace caso el resto del año, solo el 16 agosto al medio día. Después de llevarlo de una iglesia a una capilla cercana, comienza la fiesta de la que aquí se sienten más orgullosos: «La fiesta del agua». Hace unos 9 u 8 años sí me hacía gracia, o intentaba que me hiciera gracia. Pero al venir de un país donde al agua es un bien preciado y al que respetamos mucho, francamente me indigna el inmenso desperdicio que se hace de ella. Hice un cálculo aproximado de asistentes a la fiesta y el agua que utilizaron, y resultan más o menos 1.000.000 litros de agua desperdiciados, un millón (y sospecho que me quedo corto). Lo que es lo mismo, el consumo diario de 100.000 personas. Haciendo un ejercicio de omisión de estos tremendos datos, pues sí, es una fiesta que une a la familia y en general al pueblo, reactiva la economía local, sobre todo de la hostelería y hace que la gente lo pase bien. Pero mi respeto por el agua me puede más.
Lo que en definitiva da «la nota», y en eso sí que están de acuerdo la mayoría de lxs entusiastas de san Roque, es en lo que sucede la noche anterior a las fiestas del pueblo, lo que llaman «La noche del agua» (un macrobotellón financiado y promovido por el ayuntamiento del PPSOE) y la «Fiesta H2O» (otro macrobotellón pero en recinto cerrado y con DJs que hay que escuchar a 20km a la redonda). El saldo que dejan son 34 toneladas de basura, cantidades ingentes de plástico depositadas en el mar y en los ríos, varias intoxicaciones etílicas (5 de menores de edad), 1 acuchillado, varios accidentes de tráfico, 40 traslados en ambulancia y miles de personas gritando, meando e incordiando toda la noche.
Las fiestas que desperdician lo que sea o machacan a terceros, no me resultan constructivas, ni emotivas, ni memorables, por eso no me preocupa «qué aquí no llegue». Veo más fiesta y me emociona más: Mis pies descalzos dentro del fluir del agua de un río limpio, ver la gente que pasea por la tarde agarrada de las manos, escuchar a los perros que se divierten chapoteando en el mar o sonreírle a la gente que hace comilonas en las mesas de los parques y después tira todos sus residuos en su lugar. Lo demás me resulta prescindible, pero los dogmas de fe mantienen los hábitos y las fiestas bien agarradas, sin un ápice de reflexión.
Augusto Metztli. (Dibujé la ilustración con lápices de colores fabricados de manera respetuosa con el medio ambiente, sobre papel reciclado).
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Un comentario en “La noche del agua y las fiestas de pueblo, un dogma de fe”