Pastor

Camina encorvado. Las manos en los bolsillos sujetando un pantalón sucio y gastado que le queda grande. Pasos cortos, como los de las personas que ya no tienen que ir a ninguna parte o no tienen prisa por llegar al final. Nadie lo espera, ni una mujer ni tan siquiera un perro fiel. Va y viene solo como el viento, arrastrando el polvo de un lugar que ya no existe. De vez en cuando se detiene delante de uno de los árboles que han sobrevivido y lo mira como quien ve a un viejo amigo, parece preguntarle cómo hemos llegado hasta aquí. Se detiene a descansar en cualquier parte, en el suelo, como lo hacíamos antes de inventarnos que las sillas nos hacen más dignos. Escudriña el cielo, conversa con las nubes, escucha las noticias que traen consigo los vientos, esas que de verdad importaban porque eran fundamentales para vivir. A veces detiene su caminar errático y mira hacia atrás durante unos segundos, pero ya no hay nada, solo ausencias irremediables y la única certeza que nos persigue, implacable, desde que nacimos.

Un pastor sin rebaño en un valle de hormigón.

Fernando Prado.

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