Definitivamente, hay un antes y un después de la sentencia de la Gürtel. Lo hemos visto en la manera en que se han ido desarrollando los acontecimientos desde hace unos días y que acabaron con Pedro Sánchez en la presidencia del país.
Rajoy es ese tipo de persona que es un personaje en sí mismo y del que podría escribirse sin parar. Uno no sabe nunca si viene o va, si sube o baja, pero lo cierto es que ha demostrado ser un especialista en adaptarse a las circunstancias y salir milagrosamente airoso de todas ellas -incluso sobrevivió a un accidente de helicóptero-. La adaptación es la clave de la supervivencia. Aún así, esta vez no pudo salvarse; no creo que ni él mismo haya sido capaz de medir las consecuencias que tendría la sentencia de la Gürtel, ya no solo a nivel personal, sino también en su partido y en el país.
Mientras Sánchez está nombrando ministras y ministros, Rajoy está recogiendo su despacho de la calle Génova y poniéndose a disposición del partido.
Seguramente, esas ocho horas de reclusión en un restaurante madrileño dieron para mucho -comenzamos a ver los resultados-.
Estos días nos dejaron una imagen brutal, la del bolso de Soraya Sáenz de Santamaría en la silla vacía de Mariano Rajoy. Una declaración de intenciones, tal vez, o un gesto de imposición. Una imagen que despoja a la política de todo glamour y que nos recuerda -parece que lo hemos olvidado- que quienes nos gobiernan son tan humanos como nosotros, para bien y para mal.
Mariano Rajoy debería meterse dentro de una caja y enviarse a sí mismo al espacio exterior de la política española.
Ahora toca reinvertir, derogar, repensar, recuperar, reconstruir.
Fernando Prado.
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