«Yo podría estar de pie en medio de la Quinta Avenida (en Nueva York) y dispararle a alguien y no perdería votos», eso dijo Donald Trump en un mitin en su campaña rumbo a la presidencia de Estados Unido de América. La gente le aplaudía y jaleaba, pero lo que es peor, le votó y lo hicieron presidente. Y desde entonces ha hecho lo mismo, decir y hacer barbaridades, por ejemplo decir que un colectivo de gente son violadores y ladrones según la nacionalidad que tengan (es gracioso, cuando él mismo reconoció ser un violador y acosador). Se ha referido a otros países como «Países de mierda», a sus contrincantes como tontos, imbéciles, gordos o perdedores.
Trump es el malvado de manual, de esxs que andan por el mundo fastidiando y violentando a lxs demás. Empieza con una acción malévola pequeña, discreta, después sube el nivel, va más allá, sigue su ruta maligna y, como nadie le para los pies, acaba encerrando a niños y niñas en cárceles, lejos de sus familias y los somete a juicios en la mayoría de ocasiones sin abogados, resultando en expulsiones masivas de migrantes y migrantas, sin garantías judiciales de ningún tipo. Me parece tan aberrante y cercano a actitudes de genocidas del pasado. Aunque proteste media humanidad, él sigue igual, finalmente lxs demás acaban cediendo, como los reyes de España (sí reyes, en el siglo XXI, aún existen), que van, lo visitan, le lamen las orejas y le estrechan la mano, sin condenar un ápice los crímenes que comete.
Ni la ONU, ni la Unión Europea, ni el Vaticano, ni ninguna autoridad de ningún país, conseguirá detener sus atrocidades. Solo desde dentro, las mismas reglas que lo hicieron presidente, podrán quitarlo de ahí. Y se irá como todos los malvados de manual, sin pagar ninguno de sus crímenes.
Ahora mismo sus víctimas son muchas más que ese hipotético alguien que hubiera acribillado en la Quinta Avenida.
Augusto Metztli.
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