Las ventanas son marcos que, una vez atravesados, pueden conducirnos a otros mundos y a otras realidades. Tal vez por eso el acto de asomarse a las ventanas sea un impulso por saciar esa curiosidad casi obligatoria de comprobar que todo lo que conocemos sigue ahí en el mismo sitio, imperturbable, aunque en nuestro interior solo haya escombros. Puede que ese acto nos ayude a mantener cierto control y equilibrio, como si pensáramos que si allá afuera todo sigue igual, aún hay esperanzas.

Los espejos generan una sensación parecida a la que tenemos cuando nos asomamos a una ventana, solo que para posar delante de un espejo se requiere cierta dosis de valentía pues, en ocasiones, lo que vemos puede llegar a ser desagradable o incluso aterrador.

Hoy en día la tecnología nos permite crear ventanas-espejos a medida con una facilidad asombrosa. Gracias a la inmediatez que nos proporcionan las redes sociales podemos asomarnos en tiempo real a las vidas que se mueven a toda velocidad en el ciberespacio. Creamos perfiles en los que proyectamos una vida feliz y plena en la que todo funciona a la perfección; una vida planeada al milímetro en la que no cabe el fracaso, ni la angustia y expuesta constantemente a una serie de peligros a cambio de un puñado de likes. El teléfono móvil se ha convertido en una extensión de nuestro cuerpo sin la cual nos resultaría muy difícil vivir; es la herramienta perfecta para estar conectados con el mundo en cada instante y para exhibir nuestras vidas a todo aquel que quiera verlas.

Si no nos ven, no existimos.

Fernando Prado.

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