Banderas

Qué es la identidad y, sobre todo para qué sirve. Lo escribo así, sin interrogantes, porque no estoy formulando una pregunta sino poniendo en duda la utilidad de poseer una identidad, sea la que sea. Me refiero a la identidad que se podría o debería traducir a través de los datos que figuran en nuestra partida de nacimiento, documento de identidad o pasaporte. Digo esto porque no parece demasiado lógico que una persona no necesite arroparse debajo de una nacionalidad y, por el contrario, quiera librarse de cargar con todo el peso que esto conlleva. Los vínculos jurídicos, históricos y afectivos que relacionan directamente al ser humano con eso que llamamos patria, pueden ser inexistentes para algunos simplemente porque entienden que es inútil quedarse debajo de un paraguas que no necesariamente te va a proteger de la lluvia y que, además, supone una limitación.

El concepto de patria es tan intangible como el mismo concepto de dios y, además, resulta perfectamente maleable en función a nuestras necesidades, limitaciones o capacidad de comprensión, interpretación y asimilación de lo que nos rodea. Por eso no debería ser cuestionada la postura que cada uno decide tener con respecto a patrias y dioses siempre y cuando haya un encaje social y jurídico que permita una convivencia. Y las leyes, en todo caso, no deben ser interpretadas en base a la ideología de quienes han sido designados para impartir justicia.

Si un humorista decide sonarse la nariz con una bandera, debería considerarse simplemente como lo que es: humor. En mi opinión, es equiparable limpiarse los mocos con una bandera a cagarse en dios o hacer caricaturas en un semanario. Si descontextualizamos todo caemos en la censura, la condena y el fundamentalismo.

Ahora que en este país se ha puesto de moda colgar las banderas en los balcones, hacer que ondeen en rotondas y plazas, y llevarlas en las solapas de los abrigos, estaría bien que aprovecháramos la oportunidad para reflexionar, analizar y aplicarnos una dura, incluso durísima, autocrítica. No hay mejor momento para las parodias y el humor que este que estamos viviendo con motivo de los fervores nacionalistas y de esa fermentación lenta de la irracionalidad a la que estamos asistiendo día tras día. Si lo que nos preocupa es que alguien se cague en dios y en las patrias significa que somos una sociedad fallida y sumisa a los designios de los políticos de turno.

Quitémonos pues, las vendas -banderas- y soltemos todo el lastre posible -símbolos-.

Fernando Prado.

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