Sigo firme en mi idea de no tatuarme, desde muy joven fue algo que tenía claro y que aún sostengo. Son muy pocos los tatuajes que me han gustado (bajo un criterio estrictamente compositivo y cromático). Desde luego, los tatuajes despiertan mi curiosidad, sobre todo en el significado y significante de aquello que la gente decide tatuarse. Me fascina cómo los tatuajes cambian con el cuerpo que les soporta, y su posterior destrucción con la muerte. Por eso me pareció entre terrorífico y poético la idea de preservar los tatuajes de los seres queridos para evocarlos después de muertos o muertas.
Resulta que un grupo de colegas, en una noche de fiesta, hablaron sobre el tema y pensaron que podía ser una buena idea convertir un tatuaje en un recuerdo, después de morir. La empresa se llama Save my ink forever. Hay todo un despliegue logístico y tecnológico para poder preservar un tatuaje a lo largo de los años.
Un trozo de piel humana pintada, perfectamente enmarcada y tratada para preservarse en el tiempo, en caso de cambiar de opinión y tatuarme, sería una opción que consideraría.
Augusto Metztli.
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