A menudo se habla de la intimidad en la era digital. Nos preguntamos si es posible conservarla teniendo cuentas de Facebook, Twitter o Instagram -entre otras muchas- en las que, en mayor o menor medida, acabamos vomitando todo lo que nos sucede en cada momento. Compartir instantes de nuestra vida cotidiana con centenares y millares de personas se ha convertido en un acto natural, una manera de relacionarnos, de ser y estar en el mundo, en el aquí y el ahora. Una necesidad.
Todo salta por los aires cuando un capullo descerebrado decide comenzar a difundir un vídeo en el que se le puede ver practicando sexo con una mujer. Esa mujer era su expareja. Esa mujer se llamaba Verónica, tenía dos hijos y acabó suicidándose.
Fernando Prado.
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