Nené recorrió la estantería con sus dedos hasta encontrar lo que quería. Cogió un disco entre sus manos, lo sacó de la caja de cartón con cuidado y lo puso en el tocadiscos previamente encendido. Enseguida se escuchó el crujiente murmullo de la aguja acariciando la superficie del vinilo y de pronto un acorde poderoso sobre un ritmo de batería que era un viaje en sí mismo, una marcha hacia un mundo desconocido.
Yo estaba escuchando, sin saberlo, uno de los discos más importantes de la historia del rock en todas sus formas. Era -y seguirá siéndolo- una obra maestra. La composición, el desarrollo de las canciones, los cambios de compases y de tiempo, el bajo melódico y la aguda voz de Geddy Lee, las guitarras bizarras de Alex Lifeson, pero sobre todo la batería de Neil Peart, brillante, preciosista pero sin excesivos ornamentos, con una voz propia, poderosa y sutil.
Rush ha sido, sin lugar a dudas, una de la bandas más influyentes de todos los tiempos, no hay más que recurrir a su extensa discografía para darse cuenta enseguida de la relevancia de su música. El rock no sería el mismo hoy en día sin su valiosa aportación.
Neil Peart murió a los 67 años a causa de un cáncer después de años de lucha. Viajero nato, lector indomable, buscador incansable de nuevos mundos. Visionario y pionero.
Gracias por tanto, Neil.
Fernando Prado.
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