Cuando llegué a Galicia a principios del 2008 pensé que todo sería más sencillo, nunca lo es. Ni aquí ni en ningún lado. Busqué trabajo de todo lo que se me ocurrió y como siempre, pintar y dibujar fueron mi sustento, aún lo son, más de media vida lo han sido. Mientras aquí agonizaba la burbuja inmobiliaria, que ha sido la sepultura social y económica de toda una generación, yo de tantos curriculums que repartí, al final me llamaron para trabajar en un despacho de arquitectos muy cerca de casa, el motivo de llamarme a mí, fue que sabía manejar Archicad, un programa que aquí apenas estaban descubriendo, pero que en México usaban muchos de lxs arquitectxs recién licenciados. Trabajé en un par de proyectos, uno era un local para un negocio de hostelería y el otro una vivienda «tipo» de las tres que compondrían una urbanización con vistas al mar.
Me sorprendió mucho la manera que tenían aquí de proyectar y distribuir los espacios, no entendía el abuso de la iluminación artificial, la falta de ventanas, la nula ventilación cruzada, la mala ubicación de las cocinas y demás espacios, sin tener en cuenta la orientación, me sorprendía que los baños no tuvieran ventilación natural, que todo el funcionamiento de la casa estuviera supeditada a la tecnología y no a la colocación de los vanos de manera estratégica y en consonancia con el medio ambiente. Un día, el que era mi jefe, visitó el estudio donde pintamos, le contamos que queríamos poner una cocina, ya teníamos el fregadero puesto, pero su sugerencia para colocarla fue de lo más extraña, en lugar de aprovechar lo que había, que además era frente a la ventana y eso garantizaba luz y ventilación natural, nos dijo que la pusiéramos al fondo del todo, con unos armarios para cerrarla cuando no quisiéramos verla y con unos extractores atravesando todo el espacio hasta llegar a la ventana. En ese momento entendí cómo formaron a los arquitectos y arquitectas recientes, por lo menos a la generación que él pertenecía.
Año 2020, pandemia mundial, llevamos recluidos casi dos meses y es ahora cuando la gente se ha dado cuenta que muchos de esos pisos que siguen pagando, resulta que no eran habitables, solo eran dormitorios, que eran viviendas diseñadas para dormir, para ver en revista, para llenarla de muebles de diseño, para pasar el fin de semana entre champions, cenita con colegas y para firmar una hipoteca, lo sé porque viví en uno, que además estrenamos. La palabra hogar, viene de hoguera, del fuego como centro de la actividad de reclusión y protección humana frente al medio natural. Muchos profesionales que participaron en la burbuja inmobiliaria olvidaron que aquello que proyectaban y construían eran hogares, no trasteros. La ausencia de terrazas, las ventanas pequeñas, la falta de espacios amplios y multiusos, la mala iluminación y ventilación, las distribuciones laberínticas, todo ha mermado la salud de las y los confinados. Porque el buen diseño, el hecho a conciencia, con sentido común y experiencia, en «armonía» con el medio en el que se encuentra, tarde o temprano se nota, pero sobre todo se vive.
Augusto Metztli.
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