Además de todo el misticismo que se atribuye a las montañas, uno de los placeres más simples que ofrece subir a una cima, o a una loma, es contemplar el paisaje desde la altura, lo cual nos permite tener una percepción más amplia de lo que nos rodea. No centrarnos en lo más cercano e inmediato debería ser un requisito obligado, pero eso requiere esfuerzo.
Las crisis, sean del tipo que sean, son momentos propicios para los oportunistas. Mucho me temo que los que acaban pagando los platos rotos de los banquetes siempre son los mismos, pero ese es otro tema.
En medio de la incertidumbre y de este tiempo en espera que estamos viviendo, hay quienes no duermen, y no me refiero al personal sanitario y a los trabajadores considerados ahora esenciales -por cierto, más explotados y precarizados, si cabe-, sino a aquellos que ven en esta pausa obligada el mejor escenario para actuar en busca de beneficios.
Guaidó flota en el líquido de su ineptitud, contenido en un frasco del que quiere salir intentando abrir la tapa desde el interior. Respira gracias al reconocimiento como presidente legítimo por parte de medio centenar de países, incluído España, y al apoyo más que evidente de Washington. A estas alturas creo que a nadie se le escapa que Guaidó (ni ninguno de los líderes de la oposición que lo respaldan) no representa los valores democráticos necesarios para ocupar el cargo que asegura tener entre manos. Guaidó es un muñeco, una marioneta que responde a intereses más elevados; de ahí viene la desesperación, y eso les ha llevado a comportarse de manera antidemocrática y a cometer unos cuantos delitos que los habrían llevado a los tribunales en cualquier otro país decente.
Guaidó y la verbena opositora venezolana le hacen un flaco favor al país. No han hecho otra cosa que complicar cada vez más la situación; si ese es su objetivo, enhorabuena, pero no se llamen patriotas ni demócratas.
Mientras ambos Gobiernos, el legítimo y el ilegítmo -yo sigo sin poder identificar con claridad cuál es cuál- juegan al gato y el ratón, los venezolanos tienen hambre, en todos los sentidos.
Fernando Prado.
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