El trabajo de los actores consiste en crear ilusiones. Estos profesionales son capaces de abarcar todo el espectro de las emociones humanas e inhumanas, porque estas últimas también forman parte de nosotros, y hacerlas aflorar en el momento oportuno. La maestría está en poder transformar la realidad, alterarla y obrar el milagro de introducirnos en ella, hacer que nos creamos todo lo que estamos viendo aún sabiendo que es ficción.
En el caso de los políticos todo es más complicado. Nos preguntamos, aún a estas alturas, si las emociones caben en la política, o viceversa. El problema reviste especial gravedad cuando se pretende confundir al ciudadano -carnaza- para hacerle creer que la realidad está en una imagen compuesta, en una instantánea ideada para permanecer en la memoria colectiva, sea de la manera de que sea. En la política ficción, la realidad se usa como decorado con el único fin de obtener los resultados deseados. Les sugiero, señoras y señores políticos, que se apunten a clases de interpretación.
Tengo la esperanza de convertirme en actor para deshabitar la realidad, darme a la fuga, encontrar un escenario abandonado y contarme a mí mismo una vida diferente en un mundo más racional.
Fernando Prado.
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