No sé si a ustedes les pasa, pero el ruido en ocasiones me produce indiferencia. Quizás no sea más que un mecanismo de defensa que se activa para mantenerme a salvo del colapso, pero es preocupante. Y lo es porque esa indiferencia nos aleja de las realidades que nos rodean, que son muchas y muy diversas. Está bien que sepamos filtrar los hechos, descomponer la luz a través de un prisma para apreciar todos los colores del espectro, y claro, eso requiere un constante esfuerzo. A veces me siento sin las fuerzas necesarias para ser riguroso y me abandono al consumo de contenidos insustanciales que me permitan desconectar y silenciar, al menos por momentos, el ruido que me atormenta.
Todo es política en este país, política con minúsculas practicada por energúmenos rabiosos porque o bien no pueden ser los poseedores del poder absoluto, o bien porque sienten amenazado de alguna manera su estatus, su posición social o la pertenencia a las élites empresariales y económicas. Además, no están dispuestos a perder la impunidad.
Hay una estrategia más allá de la alteración chulesca del macho de bar, y ésta consiste en crispar, desestabilizar, sacar de quicio al adversario y hacerle tambalear, provocar reacciones inesperadas e irracionales, convertir los escenarios en estercoleros, conseguir generar el hartazgo que nos haga mirar hacia otra parte. Están preparando el terreno utilizando la violencia, y lo están haciendo sin despeinarse y sin remangarse la camisa, con la sonrisa característica del acosador de patio de colegio. Románticos nostálgicos de la inquisición que practican la caza de brujas desde las instituciones y los cuerpos de seguridad del Estado. No tienen vergüenza, nunca la han tenido, pero sí muchos complejos. Por eso intentan dejar siempre las persianas bajadas, para que no veamos sus miserias y todo lo que se pudre en los rincones más oscuros y húmedos.
Les han secuestrado el país los comunistas, los chavistas, las feministas y los maricones, y todas aquellas personas que les cuestionan y les demuestran que se pueden hacer las cosas de otra manera. No soportan que las hijas y los hijos del proletariado les hayan arrebatado algunos sillones a base de constancia y coherencia; no entienden otra evolución de la sociedad que no sea la que ellos conciben para mantenerse en sus olimpos particulares. Están furiosos.
Cansa todo esto. Lo más fácil es desconectar y dedicarnos a vivir nuestras vidas. Con eso ya tenemos suficiente, sobre todo ahora, que estamos siendo testigos de la gran tormenta que se ha formado y cuyas lluvias torrenciales ya han comenzado a precipitarse sobre algunos tejados rotos.
Dan ganas de salir corriendo para no escucharlos, para no verlos, para no sufrirlos. Pero sobre todo, dan ganas de salir corriendo para rebatirlos y contenerlos con rigor, coherencia, transparencia, conciencia, y sabiendo que la democracia la hacemos todos. Corramos.
Fernando Prado.
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