En 2016 conocimos el antiguo embarcadero de San Blas en Nayarit, México (el del muelle de San Blas de la famosa canción de Maná), desde ahí, que es el océano Pacífico, unos siglos atrás, partieron expediciones de saqueadores colonizadores rumbo a lo que ahora son Las Californias. Es un lugar muy bello y misterioso. Nos hospedamos en un hotelito encantador llamado «Casa Las Cocadas», así que desde la habitación veíamos el antiguo embarcadero, a los pelícanos, a las ardillas y a los árboles de tamarindo. En una de las veces que salimos a caminar, vimos a un par de wixárikas esperando a una barca para que les cruzara al islote de enfrente. Esa tierra es sagrada, es el fin de su mundo, desde ahí pueden ver la piedra blanca donde Tatei Haramara, su madre el mar, dio inicio a todo, esa piedra es la primera materia del universo, cuando Tatei Haramara choca con ella, se evapora, se hace nube y después llueve por el mundo. Es uno de los cuatro puntos cardinales del universo wixárika.
Si para ellos es sagrado, para nosotros también, todo nuestro respeto al hablar de ella, al caminar por ahí, al estar en San Blas. Es lo que nos pide el cuerpo, respeto, armonía y reflexión. Es una sensación que flota en el ambiente, para los mestizos, para los turistas nacionales y de otros países. Esa ha sido mi impresión las veces que he estado en la zona.
Cuando veo el mar, cuando piso la arena de las playas, pienso en lo sagrado, en lo bien que mi cuerpo se siente ahí. Estimula mis sentidos, me hace pensar, me hace abstraerme, me recuerda que estoy vivo, me recuerda que estaré muerto. Es toda una experiencia sensorial y reflexiva.
Aquí en Galicia, en el mar de Arousa, sucede algo muy curioso, que nunca vi. Alberto Varela, el alcalde de este pueblo, lo repite siempre que puede, dice que «Vilagarcía no mira al mar», en sentido literal y figurado. Y hace poco escuché a un miembro de su gobierno, el conselleiro de turismo Álvaro Carou, decir una tontería similar, «hay que dinamizar las playas y nuestro mar para atraer más turismo». En mi opinión tiene una confusión muy básica, tan básica como lo es diferenciar los pronombres de sujeto, la «primera» de la «segunda» persona, etc… Que ellos no miren al mar, no significa que el pueblo entero no lo haga, y que ellos no visiten ni amen sus propias playas y mar, no significa que el resto de la población no lo hagamos, o los turistas que vienen de fuera. Es así de sencillo: Yo, ellos, ustedes, vosotros, vosotras…
Me acordé de San Blas y de Tatei Haramara, porque aquí han puesto unas colchonetas hinchables gigantes enfrente de la playa, como a cincuenta metros de la orilla, esa estructura de ocio, diversión y según el conselleiro de turismo, potenciadora de visitantes, la ves desde cualquier sitio a un kilómetro a la redonda, delfines, peces, gaviotas, humanxs, los perrxs, las vemos ahí en el centro de todo. La idea es tan estúpida como insensible por varias razones que explicaré: Piensa que la gente es como él, que necesitamos estímulos en un sitio que ya de por sí es estimulante, piensa que unas colchonetas que arruinan el paisaje (y que contaminan) traerán una masa foribunda de turistas dispuestas a pagar 10€ por subirse a unos hinchables flotando sobre el mar, pero lo más grave pero que tampoco me extraña que lo piensen, porque son como autómatas, creen que es algo inocente, irrelevante y que no es tan importante. Con lo que demuestra su profundo desprecio por la naturaleza, por sus habitantes y por la inteligencia de algunxs humanxs.
Aquí hay mucha gente que ama al mar, que respeta al mar y que lo extraña cuando se desplazan a vivir a lugares donde no lo hay. Aquí hay gente que siempre ha mirado al mar, que lo aprecia con todos sus sentidos, que le dinamiza su alma. No será divino como para los wixárikas y su Tatei Haramara, pero por lo menos es reflexivo, intenso y es parte de su vida. «Es», pero ellos no lo entienden ni lo entenderán porque no quieren.
Augusto Metztli.
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