Eddie

A finales de los ochenta del siglo pasado, época en la que decidí que quería ser guitarrista de rock y llenar estadios con miles de borrachos gritando con los brazos en alto mientras tocaba solos épicos, las cosas eran muy diferentes. Aún se vivía en el letargo de la era analógica y la única manera de estar al día era procurarte una amplia red de contactos que te suministrara música. Me convertí en una especie de yonqui que iba de camello en camello, ansioso por no quedarme sin la dosis necesaria.

En algún momento -esto fue ya comenzando los noventa- llegó a mis manos un disco de Steve Vai. Fue el primer súper guitarrista -así llamo a esa especie de seres humanos- al que accedí y debo decir que Passion and Warfare me resultó incomprensible musicalmente hablando, pero me di cuenta de inmediato de que jamás tocaría así, pues entre Vai y el resto de los mortales había un abismo insondable. Me llevó un tiempo considerable asimilar el disco, porque era como si se hubiese abierto un horizonte de infinitas posibilidades. ¿Qué hacer con todo aquello? ¿cómo conseguir esa destreza técnica? ¿cómo hacer que el instrumento hablara?

Enseguida dejé de lado a los grupos tradicionales y me dediqué a escuchar el trabajo de guitarristas como Joe Satriani, Randy Rhoads, Yngwie Malmsteen y, por supuesto, Eddie Van Halen. Este último era, quizás, el que menos me atraía de todos porque su música, la que hacía con su grupo, Van Halen, no me resultaba demasiado atractiva.

He vuelto una y otra vez a lo largo de los años a Eddie y siempre me he rendido ante la evidencia de su talento. Su música era alegre, desenfadada, simplona, pero no hay duda de que fue un visionario, una especie de genio que explotó las posibilidades del instrumento hasta límites a los que nadie había llegado y fue -y sigue siendo- un referente para miles y miles de guitarristas. Verlo tocar mientras corría, saltaba y sonreía era un deleite y uno podía pensar que lo que hacía en el mástil de su guitarra era fácil.

Hay muchos guitarristas talentosos y técnicamente impresionantes en todas las generaciones, pero son pocos los que consiguen llegar a la estratosfera.

Gracias, Eddie, por tanto.

Fernando Prado.

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