La taza vacía

Avanzamos por la carretera de acceso al aeropuerto seguidos por dos furgones de la policía. Viendo el aparcamiento al aire libre completamente vacío, me pregunté si sería necesario ese despliegue. Cambio. La entrada a la terminal estaba restringida, salvo para las personas que debían coger un vuelo. Había un control en el que pedían el billete o la tarjeta de embarque. Nos dejaron pasar después de demostrarle al empleado del aeropuerto y al empleado de seguridad que queríamos hacer una reclamación en la oficina de atención al cliente de la aerolínea, explicándole, además, que todas las gestiones emprendidas a través de los canales de comunicación de la compañía habían sido infructuosas. Cambio. Nunca antes había sido consciente del verdadero tamaño de la terminal, de sus suelos brillantes, de la luz que entra a raudales por todas partes, de las curvas que describen sus techos inalcanzables; solía pensar que, después de todo, no era más que un edificio proyectado por el estudio de un arquitecto famoso, pero me conmovió verlo así, pues era como adentrarse en un cuerpo al que habían extirpado todos sus órganos. Cambio. Después de hacer la reclamación emprendimos el camino de vuelta al aparcamiento y mientras lo hacíamos miraba con desconfianza a uno y otro lado, porque la verdadera amenaza podría estar oculta, al acecho, detrás de cualquier esquina. Cambio.

Fuimos al teatro. Después de atravesar una ciudad desierta aparcamos en la calle, a tan solo veinte metros de la sala; parecía una broma. Accesos controlados y aforo limitado, gel hidroalcohólico por todas partes. Por encima de las mascarillas, miradas inquietas y desconfiadas. Cambio. En varias ocasiones dudé qué era real. ¿Dónde acaba la ficción? Angustia tanta quietud. Todos tememos al virus, por supuesto, pero lo que verdaderamente asusta -al menos a mí- es saber que la bestia está hibernando, esperando a que llegue el momento de despertar del letargo para volver a la vida más hambrienta que nunca. Cambio. Nos lo creímos todo. Siempre lo hemos hecho. Cambio. Buenas noches. Cambio.

Esta mañana, después de abrir la persiana, vi un avión rasgando el cielo azul que parecía una piscina, la estela que dejaba tras de sí iba desapareciendo hasta no dejar rastro, igual que como lo haremos nosotros. Cambio.

La taza está vacía. Cambio.

Fernando Prado.

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