Siempre sentí una extraña fascinación por algunos objetos diseñados para dar soluciones prácticas a necesidades cotidianas. Uno de esos objetos es el sacapuntas.
Cuando utilizaba lápices a diario me tomaba muy en serio la labor de afilarlos; intentaba que la punta estuviera simétricamente afilada para que fuera más resistente y a veces, si no lo conseguía, rompía el trozo de grafito que asomaba del cilindro amarillo de madera y volvía a comenzar. Tenía uno de esos sacapuntas tradicionales de metal con una pequeña cuchilla sujeta por un tornillo diminuto, lo llevaba guardado en el estuche y prestaba especial atención a no perderlo; prefería estos a los de depósito porque me permitían controlar mejor la operación. Sin embargo, los sacapuntas más grandes, de escritorio, y dotados de una manivela que hace girar las cuchillas alojadas en su interior, me parecían un artilugio fabuloso en cuanto a diseño pero, en mi opinión, innecesarios.
El ser humano posee un empeño obsesivo en perfeccionar las máquinas que construye. Desde un sencillo sacapuntas manual hasta un microchip, el desarrollo imparable de la tecnología nos permite agilizar los procesos de fabricación, desplazarnos más rápido de una ciudad a otra, operar con mayor precisión gracias a la cirugía robótica o enviar una sonda espacial a Marte.
La princesa Leonor estudiará el bachillerato en el UWC Atlantic College de Gales. Según el comunicado emitido por la Casa del Rey, dicho centro “no tiene ningún condicionamiento religioso, político o de cualquier otro signo” y su objetivo es “hacer de la educación una fuerza para unir a las personas, naciones y culturas por la paz y un futuro sostenible”. Eso suena muy bien, la verdad. Y sonaría mejor si no fuera porque se trata de algo que debería ser una obviedad en el siglo XXI y que no siempre se hace evidente en las políticas educativas aplicadas por los países desarrollados -y no hablemos de los países en vías de desarrollo o de los más pobres-. En España, por ejemplo, hay miles de alumnos de bachillerato que estudian en barracones.
Con las monarquías me ocurre lo mismo que con los sacapuntas de escritorio: me resultan innecesarias. Un capricho.
Fernando Prado.
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