Los árboles son imprescindibles para el ecosistema inmediato y global: para purificar el aire, regular la temperatura ambiental, transformar y almacenar los gases tóxicos de los humanos en materia, por su capacidad para gestionar el agua y su implicación en su ciclo de distribución, para dar cobijo y comida a otros seres vivos, velar por los nutrientes de la tierra, prevenir plagas y muchas cosas más. Por eso estoy convencido de que la política municipal debería tener como misión y máxima prioridad, conservar el medio ambiente y el patrimonio natural del espacio que ocupa. El origen zoonótico del Covid es una prueba más, de que nuestro maltrato cotidiano a la naturaleza es la responsable de nuestras tragedias como civilización.
Llevamos años registrando fotográficamente y haciendo un mapa mental de muchos árboles de la zona de Vilagarcía de Arousa (el pueblo donde vivimos), con el tiempo la única constante que tenemos, es que faltan ejemplares, talan árboles fuera de nuestras posibilidades. No reponen los ejemplares que cortan. Siempre los talan bajo el argumento: «Están enfermos y viejos». Solo hemos visto cómo intentaron salvar a las palmeras del picudo rojo, pero del resto de árboles no hemos visto ni el mínimo esfuerzo por intentar curarlos.
Areeiro y el ayuntamiento siempre están muy preocupados de lo peligrosos que son los árboles para los humanos y humanas, porque nos pueden caer encima, pero nunca verás el enfoque de lo peligroso que podemos ser nosotros para los árboles. Ejemplos de esto hay muchos: Las pésimas podas que hacen el equipo de parques y jardines del ayuntamiento; la distribución de árboles sin tomar en cuenta sus diámetros futuros, plantándolos cerca de edificios o de otros árboles; los traslados que se hacen sin tratar a las raíces adecuadamente; las podas que hacen de manera incorrecta y que atenta contra la salud de los árboles y las plantas; el nulo mantenimiento de nuestro patrimonio natural, etc. En ocasiones me da la impresión de que los árboles les estorban o directamente que sienten animadversión por ellos.
Llevo trece años aquí, en ese tiempo he constatado que la diferencia de la cantidad de árboles talados con los recién plantados es desoladora. Un ejemplo de esto es el bosque urbano emblemático, el Castriño, que incluso tiene vestigios arqueológicos. Han cortado más de treinta ejemplares aproximadamente. Solo repusieron cinco y fue por iniciativa de una profesora y su clase. De esos árboles, solo sobrevive un «roble escarlata». En el río del Con hace años había una alborada de «Sauces llorones» más de una decena, ahora solo quedan tres. Afuera del cementerio, cortaron varios ejemplares. Podría seguir enumerando lugares donde faltan árboles, pero es un ejercicio ocioso, porque la lista seguirá aumentando.
No les interesa cuidar y conservar nuestro patrimonio natural. Solo están pendientes, de que les llegue la hora a los viejos y enfermos, para cortarlos. Fin del problema.
Ilustración: Marthazul
Texto: Augusto Metztli.
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