
En el epicentro del turismo de consumo y de las tiendas de lujo de Barcelona, una conocida cadena de restaurantes presente en varias ciudades del planeta, desplegó una lona gigante de Leo Messi sentado en una butaca de piel, un brazo apoyado sobre un balón dorado, exhibiendo tatuajes y anillos en actitud chulesca; al lado de la butaca, una guitarra eléctrica. De no ser porque todo el mundo reconoce a simple vista al ídolo del fútbol, se podría pensar -prescindiendo del balón- que se trata de una estrella del rock elevada a los altares de fama inmortal.
No olvidemos que los futbolistas y los deportistas de élite son la imagen que veneran muchos niños y jóvenes, el ejemplo de esfuerzo y de superación, y a veces también de comportamiento y actitud.
El Hard Rock Café agradece a Messi, no sé muy bien por qué, perdonen mi ignorancia. Habría sido mejor, aunque sin duda, menos efectivo como campaña publicitaria y, en consecuencia, menos lucrativo, que en lugar de uno de los mejores futbolistas de la historia -eso no se puede negar- y evasor de impuestos -eso tampoco- hubiesen tomado como imagen la de un científico, una enfermera de la sanidad pública o un rider que reparte comida a domicilio; alguien, en definitiva, a quien realmente debamos agradecer por su trabajo.
Tocar un balón no es poesía.
Fernando Prado.
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