
Es común que de tantas veces que te cuentan una historia que viviste de niño, la construyas en tu mente sin recordarla. A mí me pasa con una anécdota que me cuenta a menudo mi papá. Resulta que un día mi madre y su hermana salieron juntas a celebrar la vida. Así que mi padre hizo lo mismo conmigo, el itinerario consisitió en visitar los murales y exposiciones del Palacio de Bellas Artes del DF, ahora llamada Ciudad de México, ahí dice mi padre que Siqueiros me cautivó, después fuimos al Teatro Blanquita a ver un número de baile, ahí dice que me cautivaron las bailarinas. Más tarde recorrimos las librerías comprando libros casi por kilos, porque él es un lector voraz. Habíamos caminado tanto que yo estaba muy cansado, al punto que en una de tantas librerías, acabé dormido sobre un montón de libros que habíamos comprado y que estaban atados con mecate, para poder llevarlos. Yo dormía mientras mi papá seguía buscando más libros.
Con los años me he dado cuenta que hay dos cosas que me resultan sumamente protectoras y reconfortantes, una de ellas son los libros y la otra, las pinturas (los cuadros). Pero recordé sobre todo los libros, porque durante todas las mudanzas que hice de casa, de ciudad o de país, los libros eran mi refugio, no al leerlos, que también… me refiero al objeto, al llevarlos y sacarlos de la caja o de la maleta y colocarlos en un sitio cercano, de inmediato aquello se transformaba en hogar, en refugio.
Creo que la razón de ese sentimiento es aquella experiencia, de dormir en un pila de libros. Claro que amo leer, lo disfruto mucho y lo hago siempre. Pero el objeto también me apasiona, son mis ladrillos.
Viviendo en México, cada diciembre, celebraba mi cumpleaños en la FIL (Feria Internacional del Libro de Guadalajara) ahorraba dinero o lo que me regalaban, era para gastarlo ahí, comprar libros en esa feria me hacía feliz, en general, buscar y tener libros me hace feliz.
Me acordé de esto, porque hace 35 años que comenzó la FIL y los que vivimos en esa ciudad, disfrutamos esa feria, crecimos ahí y crecer entre libros, es un honor. Pero sobre todo es emocionante. Y hay anécdotas que solo pudieron pasar ahí, como ver a los y las escritoras de tus libros como a Elenita, o escuchar a unas señoras decir ¡he visto a un príncipe!, cuando el que es ahora rey Felipe, inauguró la edición en que España era el país invitado, una enorme «Ñ» era el logotipo del stand. O cuando escuché a Silvio, y parecía que toda la ciudad había ido a escuchar a Silvio.
Como consumidor de libros era emocionante, como feriante también, distinto, un poco más cansado. Presentamos la revista Casiopea, en uno de los múltiples salones que hay para ello, al terminar, mi abuela materna se puso de pie y nos aplaudió, como si fuera un obra de teatro de cuando niño.
Porque con los libros soy niño.
Augusto Metztli.
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