
Bertín Osborne se parece a uno de esos cantantes de verbena chulo, bocazas, insolente, fardón. Conocí a muchos personajes como él durante mis años de músico itinerante precisamente en ese mundillo de las orquestas de verbena en el que abundan engreídos, acomplejados, mediocres y también, por suerte, algún que otro músico de verdad que se dedica a la pachanga para poder pagar las facturas. Bertín es el típico pesado que hay en cada familia al que mandarías a tomar por saco si no hubiera siempre alguien conciliador que calma las aguas antes de que vuelen los vasos.
A mí personalmente me resulta inexplicable que personas que carecen del más mínimo talento sean elevadas a la categoría de “artista”, pero eso merece otro post. El tema aquí es que Bertín, prototipo del macho ibérico español por antonomasia, fijó su residencia oficial en Luxemburgo y facturó a través de Panamá durante años. Él, que defiende tanto España y lo español con la boca así de grande.
Que alguien le quite el micrófono, por favor.
Fernando Prado.
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