
Las navidades me recuerdan, invariablemente, el sabor de las avellanas, el sonido de los hielos repiqueteando en las paredes del vaso y el crujido de estos cuando caía sobre ellos el refresco de cola, cuya espuma efervescente subía hasta el borde. En mi casa solo se comían avellanas en esas fechas y se bebía refresco cuando había algo que celebrar; esos momentos eran una pequeña visita a un paraíso evanescente que acabó siendo niebla.
Esta época del año me produce un aburrimiento atroz y me embarga una tristeza líquida que finalmente se evapora sin dejar rastro. Creo que se debe al vacío y la frustración que genera la búsqueda infructuosa de otros paraísos, de un algo más, de un no sé qué, a pesar de saber que los paraísos no son más que humo entre los dedos.
Hay mucho por decir, por expresar, por sacar a gritos del estómago hasta quedarse sin voz. Pero las letras, que son como un enjambre de avispas en la boca, no forman palabras, y estas no pueden formar oraciones, y solo queda intentar atrapar sentimientos y sensaciones, y esperar a que se disipe la niebla.
Mientras tanto, me comeré un puñado de avellanas.
Cuídense.
Fernando Prado.
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