
Olga recibió un mensaje en el que la agencia de transporte confirmaba que la entrega de su paquete se llevaría a cabo a lo largo del día siguiente. La inmediatez que sugería el texto debido a la poca distancia temporal entre el hoy y el mañana le pareció ridícula. El tiempo era como una muñeca rusa: descompones el año en meses, semanas, días, horas, minutos y segundos y al final te quedas con un reguero de figuras abiertas por la mitad que caben una dentro de otra; una división infinita.
Mañana era algo demasiado lejano para Olga, no obstante, un gesto casi imperceptible en su rostro sugirió algo parecido a una sonrisa. Se preguntó cuántas personas cabrían dentro de ella, la Olga que estaba sentada en aquel vagón de metro mirando su reflejo en el cristal de la ventana, y si habría una Olga más grande en la que alojarse cuando tuviera frío o miedo; esconderse dentro de uno mismo y desaparecer, hacerse invisible a ratos.
Se bajó y caminó por el andén despacio, viendo el vagón en movimiento a través del gentío para comprobar si su asiento estaba vacío. Le habría gustado verse allí sentada y despedirse de sí misma.
Fernando Prado.
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