Arder

El otro día, un viejo amigo me decía, con cierta nostalgia, que la Venezuela en la que crecimos ya no existe. Yo le argumenté que, más allá de las evidencias y obviedades, esa Venezuela no existe ni existirá nunca más salvo en nuestra memoria, porque aquel país es solo un recuerdo, un cúmulo de realidades particulares que se amontonan formando una montaña de vivencias. Al fin y al cabo, le insistía yo, no importa el lugar, sino las experiencias definitorias que nos marcaron, los vínculos que hicimos con otros adolescentes tan perdidos y hambrientos como nosotros con los que reímos, bebimos, nos drogamos y lo quemamos todo porque era lo que había que hacer, pues solo así nos sentíamos vivos.

Muchos nos fuimos tan pronto como se nos presentó la oportunidad. Entonces no sabíamos que esa huida fue la que nos salvó de la violencia, del vacío que nos devoraba y que de alguna manera nos continúa devorando. Da vértigo pensar en aquellos años; que algunos hayamos sobrevivido y otros no es un misterio, como lo es que sigamos volviendo una y otra vez a aquel territorio de fronteras difusas que ha sido completamente arrasado.

Quemarlo todo sin cuestionárselo, como el pirómano. La risa tonta, la boca entreabierta, los ojos brillando mientras el mundo arde. El lugar maldito al que volveríamos una y otra vez para enterrarnos o para resurgir de las cenizas.

Fernando Prado.

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