Ibis escarlata

Los cabellos de María eran finos. Su cabellera volátil y carente de cuerpo estaba a merced del viento o de las caprichosas condiciones atmosféricas y la única manera de controlarla era recogiéndola en una cola. Tenía el color de una castaña recién sacada del erizo y cuando recibía la luz del sol emitía unos destellos dorados que hacían pensar en el trigo zarandeado por la brisa.  

Esa peculiaridad de su melena le otorgaba un aspecto ligero que se acrecentaba gracias a los vestidos vaporosos que vestía y que colgaban de sus hombros de bronce. Verla caminar resultaba en ocasiones angustiante, en especial los días en que soplaba el nordés, pues daba la sensación de que emprendería el vuelo en cualquier momento.  

Una tarde, al llegar a la playa la vi flotar suspendida en el aire, el cabello y el vestido zarandeados por el aire; era un ibis escarlata en una ubicación improbable rodeado de hojas que giraban en torno a su cuerpo y ascendían hacia el cielo. El arenal era una multitud de seres boquiabiertos contemplando el milagro de la levitación, un murmullo de suspiros maravillados y expresiones de asombro. Agité la mano en alto y, sonriendo, le dije adiós.

(«Ibis escarlata» forma parte de la colección Microrrelatos, de Fernando Prado).

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