
Me emocionó mucho ver abrazarse a aquellas mujeres trabajadoras sentadas en el palco del Congreso de los Diputados, al aprobarse el convenio 189 de OIT que protege a las empleadas del hogar. Ahora mismo, según Oxfam, «no tienen reconocido en el régimen especial de la Seguridad Social que las acoge el derecho a paro, ni a una jubilación digna, pueden ser despedidas de un día para otro y algunas realizan jornadas de más de 12 horas.» Faltaría que el Senado lo ratifique y después que se legisle.
El hecho de que las condiciones laborales de la gente que se dedica a los cuidados y la limpieza sean aún precarias es porque son trabajos que realizan las mujeres. Y que han realizado desde que nuestras sociedades son heteropatriarcales.
Mi mamá limpia muy bien, porque mi abuela, mi bisabuela y así sucesivamente, lo hacían muy bien. Como ellas, la mayoría de las mujeres, el trabajo de limpieza y cuidados siempre están ahí, parece cosa de magia, solo vemos el final de la magia, nunca a la maga. Por eso no le aplaudimos. Mi abuela materna, Soledad y mi madre, me enseñaron que la limpieza y los cuidados no eran una cuestión de género, era sencillamente trabajo colectivo. Con los años mis responsabilidades crecieron, siempre atentas a enseñarme, a pasar la escoba, a no levantar polvo, lavar la ropa, tender la cama, a regar las plantas en horario y forma, a hacer la compra, a escoger en su punto a las frutas y verduras, a tender la ropa, a cuidar a mi abuelo accidentado, y más tarde a mi abuelo moribundo.
Mi abuela siempre dice que «El trabajo de casa nunca termina», porque es un trabajo. Y cada día, esas mujeres y su lucha, van conquistando derechos arrebatados hace milenios.
Augusto Metztli.
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