
Tenía cerca de diez años de edad, el avión aterrizó en el aeropuerto de Mazatlán, nos levantamos de los asientos y esperamos turno para salir, al acercarte a la puerta, poco a poco sentía un calor vibrante, que iba a más y asfixiaba, lo recalentaba todo al instante, bajamos del avión, al asfalto que ondeaba por el sol, nos subimos al típico camión que te lleva del avión al edificio del aeropuerto, y al entrar, el aire acondicionado alivió aquel horno.
Cada vez que hay una ola de calor en Galicia, me remite a ese momento. La primera que viví aquí fue en el 2013, la segunda ahora en el 2022. En México, por ejemplo, las horas de luz, son menos y las de calor también respecto aquí. Esta zona de Europa es la que más horas de luz solar tiene, por lo que cuando hace calor, parece que no cesa ni al llegar la noche.
Allá son comunes las sequías y racionar el agua, estamos acostumbrados a organizarnos según el calor y las tormentas de verano, a cuidar el agua. Galicia la siempre lluviosa, ahora ya no lo es tanto. Hay un aviso de la Xunta por «presequía» y muchos ayuntamientos, empiezan a dar avisos, aún no la racionan, pero puede pasar. En épocas como ahora, salen en los períodicos, estudios de universidades donde demuestran lo obvio, a más vegetación en las ciudades, menos calor y más retención del agua.
El calor y el viento favorecen los incendios, en esta temporada Galicia y el resto de España arden. En seis días de calor extremo, murieron más de 500 personas, dos trabajadores, en sus puestos de trabajo.
Las olas de calor, los incendios y las muertes solo preocupan a la Xunta, a los ayuntamientos y a la gente cuando suceden, no cuando se podrían evitar, porque opciones hay y son muchas.
Augusto Metztli.
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