Canción de navidad

Por las noches, daba igual el día de la semana, un buen amigo solía visitarme, a veces me encontraba trabajando en el ordenador, otras pintando o dibujando. Le invitaba cafés de olla y si tenía hambre, cenábamos. Muy a menudo escuchaba a Silvio Rodríguez, era mi soundtrack cotidiano, sobre todo mientras pintaba o en el ordenador, porque cuando comencé en la universidad, mi amigo Carlos, me había regalado toda su discografía para acompañar las largas jornadas de estudio.

Gracias a eso, la gente que me visitaba se aficionaba a Silvio, no les quedaba más remedio, o salir huyendo.

Una de tantas veces, mi amigo y yo, él en el sofa, yo en la silla del ordenador, mirando al infinito, fumando y bebiendo café, nos pusimos a escuchar a Silvio, no hablamos, no pinté, no trabajé, solo escuchábamos, canción tras canción, y las tarareábamos, así sin más durante horas. Cuando nos dimos cuenta, había pasado mucho tiempo. Se levantó, nos despedimos y se fue.

Me da la impresión de que trabajamos o nos dedicamos a ciertas labores fervientemente durante meses y dejamos el tiempo de convivir con familia y amistades, solo para fechas determinadas y acotadas por una serie de factores culturales heredados, sin filtro de reflexión, por ejemplo las de diciembre. Es decir, que nuestro «modo social – familiar» se «activa» en Navidad, Año Nuevo o Reyes, y al final se convierte en una espiral extraña, donde nuestras dinámicas laborales, las replicamos en nuestras vacaciones, descansos y quedadas familiares… Nuestras vidas convulsas y obsesivas laborales se trasladan a nuestras celebraciones, horarios y rutinas, pero con temática navideña. Comprar regalos, cosas, más cosas, ingredientes, comidas y demás, se vuelve casi un empleo, y nuestras relaciones en obligaciones, como si fuéramos a un trabajo, al trabajo de estar en familia, con amigos y de ser felices.

Silvio con la inmensa discografía que tiene, ha hablado de todo, por ejemplo en su «Canción de navidad», dice cosas en las que estoy de acuerdo y que en realidad, parece que la escribió ayer:

«El fin de año huele a compras,
enhorabuenas y postales,
con votos de renovación.
Y yo que sé del otro mundo,
que pide vida en los portales,
me doy a hacer una canción.
La gente luce estar de acuerdo,
maravillosamente todo
parece afín al celebrar.
Unos festejan sus millones,
otros la camisita limpia
y hay quién no sabe qué es brindar»

La obligación colectiva de ser feliz, de que todos seamos felices, de convivir, de comer, de comprar, de ir y de venir. De celebrar, de beber, de regalar, no me gusta. Cada año que pasa, prefiero no participar. O participar lo menos posible. Para querernos, compartir tiempo, comer y beber rico, no hacen falta esperar fechas, o sí, pero no solo las marcadas en el calendario «oficial», sino las nuestras. Nuestras fechas y momentos. O a veces solo dejarnos sorprender y al levantarnos del sofá, darnos cuenta que han pasado horas, en las que fuimos felices y plenos, como aquel día con mi amigo y escuchando a Silvio.

Augusto Metztli.

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