1.080

Que el Gobierno haya acordado con los sindicatos una subida del salario mínimo interprofesional del 8% en 2023 hasta alcanzar los 1.080 euros brutos mensuales en 14 pagas es, sin duda, una buena noticia. La patronal CEOE, que se oponía a dicho incremento, ni siquiera se presentó a la reunión convocada para la negociación.

Es una buena noticia, sí, pero es una medida insuficiente para paliar la pérdida de poder adquisitivo producido por la inflación y el consecuente aumento de precios. No olvidemos que estamos hablando de 1.080 euros brutos al mes. Brutos. Aquí está la clave. Eso quiere decir que los 2,5 millones de trabajadores que se beneficiarán de la medida continuarán ganando a efectos reales menos de 1.000 euros mensuales. Mil euros. Imaginemos ahora, por ejemplo y sin ponernos demasiado dramáticos, a una persona que vive sola, sin pareja y sin una red familiar a la que, en caso de necesidad, pueda acudir para pedir ayuda. Menos de 1.000 euros al mes con los que pagar un alquiler y cubrir las necesidades básicas -comida, luz, agua, gas, teléfono/internet, desplazamiento al lugar de trabajo-. La vaina es que no se vive, queridísimos míos, se sobrevive como se puede a base de renuncias severas y postergaciones, gastando en lo estrictamente necesario y estirando una nómina que es una ofensa como si fuera un chicle. Pero todo se rompe: las cuerdas sometidas a demasiada presión, los chicles que se estiran mucho, y los seres humanos.

Hay un viejo refrán gallego, que solían recitar mis padres, que dice que del trabajo sale todo, incluso los hombres reventados. Con el paso de los años he podido comprobar, tristemente, que es cierto. Somos un número, un objeto de usar y tirar, seres reemplazables, instrumentos utilizados para generar riqueza -la de quienes nos explotan, nunca la nuestra-; pero debemos estar contentos y agradecidos porque nos están haciendo un favor, porque vivimos gracias a que ellos nos dan trabajo. Trabajar es un pacto que suscribimos -porque no nos queda más remedio- y por el que recibimos una limosna a cambio de reventarnos día tras día. ¿Y si estamos cansados? ¿qué pasaría si un buen día decidiéramos no acudir a nuestros puestos de trabajo? Pero la necesidad obliga y cada uno tiene las suyas. La idea de renunciar y sentarse a ver la vida pasar es enormemente tentadora y utópica. Además, dignificante. Y con qué ganas me sentaría.

Fernando Prado.

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