Ya es primavera -verano, para algunos-. Comienza ese período cada vez más fugaz en el que personas con abrigo y botas caminan al lado de otras con pantalón corto y chanclas. Hay quienes tenemos unas ganas enormes de estirarnos al sol como lagartos, de vivir en un eterno y tórrido verano hasta el fin de los días cociéndonos a fuego lento en nuestro propio sudor. Que si esto no es normal, que si el cambio climático. En Catalunya, como en buena parte de España, nos estamos quedando sin agua. Es un drama cuyas consecuencias aún no sufrimos de manera palpable. Presionamos el interruptor y se enciende la luz, giramos la maneta y sale agua del caño, hasta nos duchamos con agua caliente. Dentro de nada estaremos abarrotando las terminales de autobuses, los aeropuertos, los puertos, nos desplazaremos por todo el planeta buscando el espejismo del descanso y la desconexión, creeremos estar burlando al sistema por unos días, que nos merecemos una pausa de la vorágine y la auto explotación -ese lujo de pequeño burgués-, visitaremos lugares idílicos y subiremos al insta las fotitos de rigor.

A mí me bastaría con salir corriendo hacia cualquier parte, me conformaría con que mi cuerpo reconstruyera a través de la memoria cada vez más exigua la sensación de correr, moverme como un animal sin dolor, perder para siempre la razón.

Fernando Prado.

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