
Todas tenemos nuestro Macondo, nuestro Comala. El de mi abuela materna fue Escuinapa.
Desde mis recuerdos más remotos, ya habitaba entre sueños y de oídas, ese pequeño pueblo de Sinaloa, donde en aquel corrido de José Alfredo Jimenez dice que «A paso más lento, llegó hasta Escuinapa». O donde el revolucionario «El Gallo» le pidió a la virgen que le cubriera con su manto, para que la gente que le perseguía no lo matara. Y en agradecimiento, él le construyó una capilla en ese lugar de su salvación.
Coco Mamá, mi abuela, me contaba muchas historias del pueblo de su niñez. De los paseos que hacía por las tierras de la familia adinerada de mi abuelo, caminaban juntos a la vera del río. O cuando el viajante que vendía novedades de casa en casa, iba proclamando por los pueblos vecinos que los ojos más bonitos que había visto, eran los de la «Socorro Grave» de Escuinapa.
Todos los relatos que sucedían en Escuinapa me resultaban mágicos, como el de aquel señor que tenía una tienda y en una tarde de tormenta le cayó un rayo encima y no murió, no se sabe bien por qué. O la historia de cómo ahí cerca, donde tocaban tierra los pescadores para los que trabajaba mi abuela, vieron cómo se retiraba el mar, parecía que había desaparecido para después volver… lo que sería un maremoto, pero que al final no fue.
Mi abuela estudió para secretaria en la Academia de Amadita Rojas, durante años sus notas fueron las más altas de todas las generaciones que habían pasado por ahí, al punto de que, entre tantas idas y venidas, Amadita aprovechó la visita de mi abuela para hacerle un homenaje por ser aquella brillante alumna. Era tan buena alumna que le ofrecieron llevarla a Mazatlán para que siguiera estudiando, pero su camino era otro.
Recuerdo la casa donde vivieron ella, sus hermanos, hermanas y sus padres. El aroma de la maderería, el último negocio que tuvieron. El patio central con los árboles frutales, la constante entrada y salida de gente, de familia, parecía que todo el pueblo pasaba por esa casa, al cura bebiendo cerveza y ya un poco borracho santiguando entre trago y trago. Aquel calor que hacía reverberar el suelo. Historias interminables de alacranes, mangos y tardes al fresco.
Unos meses antes de morir mi abuela, una sobrina de ella, la grabó recitando el poema que le escribió a Escuinapa y dice así:
Escuinapa de mis amores
Escuinapa de mis recuerdos
donde cultivé flores
donde atesoré recuerdos.
Barrio de mi mamá Lupe que me vio nacer
barrio de mi mamá Tomasa que me vio crecer,
en los dos pasé mi infancia y mi adolescencia también
bendita escuela primaria donde aprendí a leer
bendita academia donde tan feliz pasé.
Ahora que todo se ha ido,
a ti Escuinapa quiero volver…
No vengo a buscar olvido
sino a vivir otra vez.
Augusto Metztli.
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