
Hace unos días circuló por todas partes un vídeo en el que se ve al Dalai Lama pidiendo a un niño que le chupe la lengua. Las imágenes muestran al líder budista dando un abrazo y besando al niño en los labios.
Personalmente, los líderes religiosos o políticos mesiánicos, gurús espirituales e iluminados variopintos me producen repelús. Temor y repugnancia, sí. Me parece gravísimo que estos personajes tengan contacto con niños -¿les suena eso de dejad que los niños vengan a mí?- de manera aparentemente inocente. No hay nada de sagrado, ni de elevado en acercarse a un niño y forzarlo a besarte en los labios, ni en pedirle que te chupe la lengua.
Además, parece que basta con pedir disculpas para que el asunto quede zanjado sin más, y aquí no ha pasado nada. “Su santidad desea pedir disculpas al niño y a su familia, así como a sus muchos amigos de todo el mundo, por el daño que sus palabras han causado. Su santidad a menudo toma el pelo a las personas que conoce de forma inocente y traviesa, incluso en público y ante las cámaras. Lamenta el incidente”.
¿Por qué no dejamos a los niños en paz?
Fernando Prado.
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