
En 1996, tenía quince años, y ya comenzaba a recorrer la ciudad de Guadalajara por los lugares que después se quedarían guardados en mi memoria afectiva. Trabajaba para mi abuelo, por lo que siempre tenía algo de dinero, pero me había terminado mis óleos al pastel y no me alcanzaba para unos nuevos. Yamil, que en ese entonces era pareja de mi madre, me dio dinero para comprármelos. La tienda donde los vendían estaba en la avenida Unión, me pillé una caja más grande que la anterior. Salí muy contento de la tienda, de camino me detuve en el café «La Paloma», me senté en uno de sus equipales, me pedí un café americano, subí mis piernas en el bordillo de la terraza, y me puse a leer un libro mientras fumaba un cigarro. Justo hace unos días escuché al cantante Rodrigo Cuevas en el programa «Lo de Évole», decir que «el ocio es también un factor de cohesión social» y emocional. Esa es la razón por la que recuerdo tan bien lo que sucedió aquel día.
En ese año la FIL (Feria Internacional del Libro) cumplía diez años y fue la primera en que recuerdo haber ido conscientemente. Suele ser a finales de noviembre y principios de diciembre, por lo que coincide con mi cumpleaños. Iba rumbo a la taquilla para comprar la entrada a precio de estudiante, pues estaba en la prepa 5 de la U de G. Y ahí me encontré a Pável, un compañero de la escuela, hablando con la persona que atendía una de las ventanillas, él le decía que había pagado con un billete de cien por lo que la vuelta que le daban no estaba bien, le faltaban cincuenta pesos. Quedaron en que si al cierre de la taquilla, sobraba esa cantidad se comunicarían con él para dárselos. Y así fue.
Recordé todo esto porque Raúl Padilla, el que fue rector de la U de G desde 1989 a 1995 se suicidó el 2 de abril. He leído mucho sobre él y su legado a la Universidad, a Jalisco, a México y, sin que suene exagerado, al mundo. Estudié en la Universidad que él dirigió, y disfruté y participé en la feria del libro que el inició y promovió. La ciudad y lo cotidiano no serían lo mismo sin muchos de los eventos y espacios que él fue construyendo.
Hay cosas de la U de G que me encantan y otras que me indignan, y que las viví en primera persona, por ejemplo, que el reparto de puestos administrativos, o de algunas plazas para profesorado sean «a dedo», o que los procesos para trabajar ahí sean deliberadamente confusos, o detalles pequeños como que no haya jabón en los baños de la universidad, habiendo presupuesto para ello, que haya profesores acosadores y sigan ahí como si nada, que las federaciones de estudiantes acaben en puestos dentro de la universidad, etc. No entiendo cómo la misma persona, y su línea de acción seguida por otros, pudieran hacer de una feria del libro, la más importante del mundo, y no alcanzar esos mismos objetivos con la universidad. O escuchar U de G y de inmediato alguien con «x» nombre pero de apellido Padilla.
La FIL, la U de G y la ciudad en otoño casi invierno, son vibrantes. Nunca ha dejado de sorprenderme cómo un evento que va de libros, lo transforma todo, a todos y a todas. Eso es lo que le agradezco a Raúl Padilla, su intuición para hacer algo tan bello, poderoso y público.
Hace años que no he vuelto a la FIL, ni a la Paloma, pero mi amor por los libros sigue intacto, y en parte se lo debo a esa feria del libro en ese lado del mundo y a Raúl Padilla.
Augusto Metztli.
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