“Todo lo exagerado acaba por ser irrelevante”. Con estas palabras que parecen sacadas de un libro de aforismos, Mariano Rajoy parece estar dispuesto a convertirse de una vez por todas en coach, esa figura tan de moda que se encarga de asesorar a las personas demandantes de sus servicios en su desarrollo personal, espiritual o sexual -por ejemplo-. Vamos, el psicólogo o psiquiatra de toda la vida reemplazado en muchos casos por practicantes de seudociencias sin rigor ni fundamento, de dudosa profesionalidad y dotados del mismo aire místico cutre que se intenta transmitir en esos programas de videntes que se pueden ver en televisión. No me cuesta nada imaginarme a Rajoy vestido para la ocasión y fumándose un puro en directo mientras contesta llamadas en las que es consultado sobre el futuro, las infidelidades, los hijos, los dolores de procedencia desconocida o los resultados de la liga de fútbol.

El presidente del Gobierno y presidente del partido más corrupto de la democracia española ha declarado como testigo en la Audiencia Nacional. En resumen, nos dice que no conocía a Francisco Correa -cabeza de la trama Gürtel-, que no estaba al tanto de ninguna de las actividades irregulares que desarrollaban miembros de su partido y que su responsabilidad era estrictamente política. Casi todo lo demás lo resolvió con un no sé, no me consta, no lo recuerdo a manera de letanía. Si no fuera por la gravedad del asunto parecería un chiste. Y, por supuesto, de dimitir ni hablamos.

Mientras tanto, el país entero se ahoga en sucesivas olas de calor, declaraciones soporíferas, impunidad e irresponsabilidad.

Lo importante ahora es irnos de vacaciones y comernos el helado antes de que se derrita. Recordemos que a la vuelta, en plena depresión post vacacional, siempre podremos recurrir a Mariano Rajoy para buscar consuelo y aliviar nuestro espíritu.

Fernando Prado.

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