Las injusticias no caducan, no se olvidan, ni las heridas que causan cicatrizan por firmar una constitución, un referéndum u orquestar una transición. Los actos injustos y violentos no desaparecen con firmas o acuerdos. Las sangrientas dictaduras no desaparecen escondiéndolas bajo las alfombras de una monarquía parlamentaria. Los sangrientos dictadores no se hacen buenos al morir ni recibiendo flores con nuestros impuestos. La violencia, la ignorancia, Franco, Fraga y la religión católica (cómplice de crímenes de lesa humanidad) no se legitiman con las siglas PP.

Por eso Ascensión Mendieta es tan importante para el mundo, pasó años buscando la forma legal para recuperar los restos óseos de su padre, asesinado por el régimen del sanguinario dictador Francisco Franco. Tuvo que recurrir a la justicia Argentina porque ya se sabe que en España buscar a tus muertos es abrir viejas heridas. Pero gracias a que se pueden perseguir los crímenes de lesa humanidad (como los del franquismo) desde otros países, la jueza Servini desde Argentina pudo hacer que se abrieran las fosas comunes del cementerio de Guadalajara en España. Gracias a la jueza, a la Asociación Para la Recuperación de la Memoria Histórica y mucha gente que se movilizó, Ascención Mendieta no solo encontró a su padre, si no que gracias a ella se pudieron encontrar a decenas de personas que fueron asesinadas por el franquismo, y que pronto podrán estar con sus respectivas familias.

El 2 de julio de 2017 a las 11:00hrs Ascensión Mendieta cumplió su sueño, su misión y su cometido, entró al cementerio civil de Madrid al lado de su padre, y acompañada de una empática multitud, para enterrar a Timoteo Mendieta dónde debía ser enterrado. Ascensión Mendieta en una mano llevaba su bastón y en la otra un ramo de flores, iba lenta, erguida, con la mano en alto, con los colores de la bandera republicana florida aún más alto, sonriendo, agradeciendo y llorando. Ahí en ese instante hubo más dignidad, pasión y bondad que la que mucha gente jamás conocerá en toda su vida.

Salud y República.

Augusto Metztli.

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