Como era previsible el Gobierno de Mariano Rajoy ha aprobado suspender la autonomía de Catalunya a través de la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Se destituirá el Gobierno catalán, se restringirán las competencias del Parlament, se convocarán elecciones en un plazo máximo de seis meses y se controlarán los medios públicos de comunicación y los Mossos D´Esquadra.
No dejo de preguntarme si en realidad alguien tenía la esperanza de que ambas partes -Gobierno y Generalitat- se sentaran a dialogar después de todo lo sucedido. Llegados a este punto cabía esperarse lo peor.
Las imágenes de la brutal actuación de la Policía Nacional y la Guardia Civil el día 1 de octubre quedarán guardadas para siempre en nuestra memoria. Si el referéndum era legal o no es lo de menos, nada justifica una represión y una violencia así.
Con Jordi Sánchez y Jordi Cuixart -presidentes de la ANC y Òmnium Cultural respectivamente- condenados a prisión sin fianza se inició una caza de brujas que me temo que no acabará aquí. Sinceramente, no entiendo cuál era el objetivo de estas detenciones a no ser que se interpreten como un aviso o una amenaza al resto de implicados en el proceso. Encarcelar a los representantes de la sociedad civil catalana es un despropósito.
Puigdemont y el Gobierno de la Generalitat parecen haber estado navegando sin rumbo en medio de la niebla hasta encontrarse de pronto con las afiladas rocas de una costa desconocida, demasiado tarde para virar y evitar el hundimiento. Amparándose en la voluntad de un pueblo se encontraron de pronto en un callejón sin salida al final del cual esperaba, amenazante, un Gobierno español miope y sordo que se ha empeñado ya no solo en no entender cómo la sociedad catalana ha llegado hasta aquí, sino que también se ha propuesto desempolvar el espíritu autoritario y colonialista sin ningún tipo de complejos.
Manipulaciones aparte -nadie en su sano juicio puede negar que las ha habido y las hay por ambas partes- los hechos están ahí para demostrar que ésta ha sido una historia de excesos, ingenuidades, irresponsabilidades y de machos queriendo demostrar quién tiene más cojones.
Y ¿ahora qué? La aplicación del artículo 155 y la decisión de tomar unas medidas tan drásticas no hará más que empeorar las cosas. Si lo que se pretende es causar la mayor humillación posible a los catalanes, eso, sin duda, se conseguirá. Al mismo tiempo, viendo cómo están las cosas, ya podemos empezar a hablar de mártires. Pero cabe preguntarse qué hacer con la fractura social que se ha producido después de todos estos años. Es preciso preguntarse cómo gestionar la frustración, la rabia y el resentimiento. Levantar la alfombra y esconder la mierda debajo no es una opción.
Veremos, dijo el ciego…
Fernando Prado.
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