Estás desayunando rutinariamente como cada mañana, echando un vistazo a la prensa como quien lee un diagnóstico poco favorable, cuando te encuentras con la noticia de que han descubierto un nuevo órgano debajo de nuestra piel.

Ahora que te habías acostumbrado a vivir con tu cuerpo y su contenido y habías establecido con él una relación simbiótica de mutua aceptación, vienen los científicos y te presentan el intersticio –así lo bautizaron- y, como si no fuera suficiente, dicen que es uno de los órganos más grandes junto con la piel.

Automáticamente, eso que llamamos imaginación -sin duda, el motor más poderoso de todos- te sumerge en el torrente sanguíneo y te lleva a recorrer el organismo, a visitar sus simas y oquedades, sus conductos y membranas, sus huesos y humores, sus músculos y tendones, sus cavidades, y entonces contemplas el dichoso intersticio cubriendo los pulmones, los vasos sanguíneos o el sistema digestivo. La infinitud del Universo dentro de nosotros.

Para sorprendernos solo es necesario mantener todos nuestros sentidos receptivos y conservar de alguna manera el niño que una vez fuimos.

Fernando Prado.

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