Nunca se me ha dado bien eso de tener fe. Creer en lo que no veo, no siento, no experimento, no vivo se me hace imposible. Creer a ciegas, obedecer sin más, quedarme inmóvil en la sumisión y no permitirme cuestionamientos es para mí antinatural, una imposición.

Tal vez creer sea lo más práctico, pues hace que demos por hecho que las cosas pasan por una razón que se escapa a nuestra lógica y que sobrepasa nuestra capacidad de entendimiento. Así, por ejemplo, que una niña de dos años haya sido alcanzada por una bala disparada por un agente de policía mientras viajaba junto a su familia y un grupo de personas a bordo de una furgoneta que huía de un control policial podría parecer un suceso ocurrido por el capricho de un dios todopoderoso que se dedica a jugar con nuestras vidas como le place.

Mawda -así se llamaba- no tenía papeles porque sus padres, de origen kurdo, son inmigrantes ilegales. Nació en Alemania, país al que llegaron provenientes de Turquía. El grupo de inmigrantes que viajaba en la furgoneta se dirigía al Reino Unido. La niña, agonizante, fue llevada al hospital mientras sus padres eran encerrados en un centro de inmigrantes. Un día y medio después, les informaron que su hija había muerto.

Me gustaría pensar que Mawda fue reclamada para acudir al paraíso y que su inocencia se mantiene intacta allá donde esté. Me gustaría pensar que su muerte atiende a designios divinos y no fue provocada por nuestra indiferencia. Sin embargo este hecho debería hacernos pensar en el estrepitoso fracaso político y social de Europa.

No creo en la idea de Europa, esa utopía que nació después de una horrible pesadilla. Llamadme escéptico si queréis, pero fracasamos como sociedad cuando no sabemos o no queremos atender las necesidades de todos los seres humanos que la conforman independientemente de su origen, etnia, religión o nacionalidad, sobre todo si esas personas huyen de conflictos y guerras de las que deberíamos sentirnos responsables, porque lo somos. Esto es el fracaso de Europa, pero también el nuestro como individuos.

Fernando Prado.

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