Entras al agua y alguien da la voz de alarma. «Parece una raya», dice una mujer; «¡ay, sí!», contesta otra. Con los cuerpos sumergidos casi hasta la cintura se van acercando lentamente. Comienzan a llegar curiosos a la orilla, se quedan allí de pie, con las manos en la cintura, estirando el cuello y moviendo la cabeza para intentar ver algo. Tú también te acercas, incrédulo, para ver de qué se trata. Compruebas que, en efecto, hay algo en el fondo que bien podría ser una raya o cualquier otra criatura marina similar. Entonces aparece un chico con una máscara de buceo y se sumerge con cierta precaución. Los curiosos estamos expectantes. El chico regresa a la superficie enseguida con un trozo de tela oscura en una mano.

Fernando Prado.

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