Don Pancho y doña Carmelita tenían la «Tlapalería» que estaba casi en frente de la casa de mi abuelo y abuela materna, donde viví siendo niño. Después estaba la carnicería que también vendía verduras y frutas, y en el local de al lado estaba la tortillería. Eran los comercios del barrio que latían al compás de nuestra vida, de niños y niñas jugando, perros ladrando, gorriones saltarines, señores y señoras llendo de un sitio a otro. Si en la escuela me pedían un pegamento de barra, iba con don Pancho y me lo vendía, si me dejaban una tarea sobre «los Niños Héroes», cruzaba la calle y le preguntaba si tenía una lámina de eso, porque además de vender tornillos, tuercas, herramientas, escobas, trapeadores, mangueras, también tenían libretas, sacapuntas, borradores, lápices de color, trompos, yoyós o estampitas del álbum del momento.
Muy cerca está un centro comercial lleno de tiendas pequeñas, medianas y grandes, que acabó convirtiéndose en un sitio lleno de tiendas de barrio. La cosa funcionaba de manera sencilla, por ejemplo, yo descubría Mercedes Sosa, iba a la tienda de discos y le preguntaba al señor que la atendía, si tenía algo de ella, entonces él buscaba, me lo enseñaba, y yo salía de ahí con un casete de sus 20 éxitos, pagaba, agradecía y me iba. Lo mismo que hacía en la Tlapalería pero en la tienda de discos. Don Pancho o doña Carmelita le compraban una caja de borradores «Pelikan» a su proveedor, que a su vez los compraba en la fábrica. Todos los niños y niñas del barrio íbamos y comprábamos un borrador de esa caja. Se acababa la caja y pedían otra. El dinero se repartía de mano en mano, de algo real a algo real, no había especulaciones, trucos, dependencias, chantajes comerciales o contratos engañosos. Compraría en Amazon, pero ahí no hay un disquero que me recomiende o me busque lo que quiero, por cierto su padre fue disquero, y ahora me parece que uno de sus hijos lo es. Tampoco están don Pancho o doña Carmelita, que además de venderme cosas y ayudarme con las tareas de la primaria, rescataban perros callejeros, o fueron los primeros vegetarianos que conocí.
Ahora, aquí cerca, en Galicia, no en México, en los trece años que llevo de inmigrante, han cerrado cuatro librerías, dos videoclubes, ya no hay tiendas donde vendan discos, y ya no existen los abarrotes o ultramarinos como les llaman aquí. Los comercios de barrio son los espigones que detienen la gentrificiación de la zona, además que emplean a la gente y son una cadena segura de reparto de productos, evitando la economía especulativa. Por eso no compro en Amazon. Pero tampoco lo hago porque ha desarrollado una serie de prácticas abusivas, que poquito a poquito se convierten en robos masivos a sus proveedores, en abusos hacia sus trabajadores y trabajadoras, y a la precarización de las empresas de reparto. Prefiero seguir con mi vida, sin ese objeto que solo puedo conseguir ahí, una vez hice una excepción, pero no más.
Compraría en Amazon, pero a veces me da la impresión de que el único que gana es Jeff Bezos, no me molesta, ni me importa, más bien sospecho que todos y todas las demás perdemos. Mucho más de lo que ahora podemos ver.
Augusto Metztli.
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