Nos tocó hacer la comida, y coincidió un menú curioso: Ejotes con huevo, champiñones con ajo y cebolla para rellenar las quesadillas. Teníamos unos ricos mangos y guayabas, así que por ocurrencia de mi hermano, hicimos agua «de sabor» con esas frutas. Había arroz rojo y frijoles que compramos en la tienda que está a la vuelta de casa. Ah… también compramos una rica salsa de chipotles en lata. Ahí la comida se sirve en platos pequeños, muchos platos. No porque comamos poco, más bien por comer todos de todo.

Es una manera curiosa de cocinar y sentarse a la mesa a comer. Son hábitos que día a día se han perfilado. Que se convierten en ritual o «liturgía de vida», como dice mi padre. La liturgia de vida, a veces se hace en honor a los y las muertas, para recordarles.

Varias veces ha sucedido que no he tenido dinero para comer, ni para ir al super. Por eso intento respetar a los ingredientes, a la comida cocinada, a quién la cocina y agradezco poder estar ahí comprándola, cocinándola y comiéndola.

Aquel día del agua de mango y guayaba éramos tres hombres cocinando, hablando, intercambiando puntos de vista, alrededor del fuego, de la hoguera que nombra al hogar.

Comimos, bebimos y vivimos. Y ahora lo recordamos.

Es sencillo. Gente alrededor de un fuego. Hogar, calor y esperar a que al día siguiente salga el sol. Por eso ahora mismo, no entiendo muchas cosas que suceden allá y aquí, en este continente.

Es otro fuego.

Augusto Metztli.

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