
Era evidente que el fin vendría pronto, al ver el mobiliario, el local, al hablar con el librero. Todo llevaba al mismo lugar. La puerta cerrada para siempre, por lo menos como librería. Aquí en Galicia, y supongo que en el resto de España es igual, hay algo que llaman alquileres o rentas antiguas, donde los locales conservan un precio mínimo, no sé el motivo, pero son cantidades pequeñas en proporción a lo que deberían pagar, y conforme se van venciendo los contratos, los alquileres se actualizan a precios de mercado. Es entonces que ese negocio primigenio ya no puede seguir adelante, porque suele ser inviable con el nuevo alquiler.
Cuando entrabas a la librería Montáns, no sabía cuándo saldrías. Él librero José Montáns siempre tenía una vida entera que contarte, lo único que podía hacer ágil la compra, era que ya estuviera entretenido con otra persona, entonces era pagar el libro o libreta y podías irte.
A veces, sacaba un montón de cosas a la calle, las colocaba en el umbral de su ventana, supongo que rebuscaba en las cajas de su alamcén, y entonces se hacía la magia. Había libros rarísimos, libretas super lindas, estuches, lápices de color, curiosidades que eran de otro tiempo, de décadas atrás, puede que incluso de cuando éramos niños. Libretas a 1€ o a 0.50€, no sé, pero no podías pasar indiferente. Aún tenemos libretas sin usar, guardadas de aquella vez.
Era la última librería de ese tipo del pueblo, ahora ya no hay librerías, solo tiendas que venden libros. José Montáns era un señor alto, siempre vestido de manera elegante, con pantalones «de vestir», camisa, chaleco, chaqueta, corbata. Vendía libros como un gentleman, porque por aquí todo es muy británico. Pasar por ahí, verlo y compartir el mismo espacio, reconfortaba. Ahora ese local será una panadería.
La librería José Montans cerró.
Augusto Metztli.
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