Giorgia Meloni, la líder del partido fascista Hermanos de Italia, consigue el 26% de los votos en las recientes elecciones italianas. Se convertirá -con el apoyo incuestionable de Salvini y Berlusconi- en la mujer que gobernará el país.

Creo que a estas alturas no hace falta explicar quién es Meloni. Estas palabras suyas en un acto de Vox en Marbella lo dicen todo: “No hay mediaciones posibles, o se dice sí o se dice no. Sí a la familia natural, no a los lobbies LGTB, sí a la identidad sexual, no a la ideología de género, sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte, sí a la universalidad de la cruz, no a la violencia islamista, sí a fronteras seguras, no a la inmigración masiva, sí a la soberanía de los pueblos, no a los burócratas de Bruselas, sí a nuestra civilización y no a quienes quieren destruirla”.

Lo que sí es necesario, diría que imprescindible, es que empecemos a tomarnos la política en serio. El auge de la ultraderecha debería preocuparnos. No se trata de un cambio de tendencia, ni de la alternancia natural entre dos fuerzas que tradicionalmente se han repartido los gobiernos, se trata de un avance que pone en cuestión los principios democráticos y los valores sobre los que se sustenta Europa.

Basta de blanquear el discurso ultra con palabras tibias. El fascismo -neofascismo, postfascismo, llamadle como queráis- es una amenaza. Los demócratas de todas las formaciones políticas deben sacudirse los complejos y la templanza a la hora de plantear políticas que se conviertan en alternativas o, de lo contrario, la ultraderecha continuará su ascenso imparable.

Quizás cuando nos demos cuenta de que no iban de farol -ellos sí que van de cara- ya habremos perdido demasiado.

Fernando Prado.

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