Mi abuelo me enseñó a jugar ajedrez, jugué durante muchos años, participé en torneos escolares y fui el campeón de mi secundaria (turno de mañana) y cuando competí contra el otro campeón de la secundaria (pero del turno de la tarde), me dio un monumental repasón, y una lección de humildad. Fue entonces que jugué para disfrutar y ya. A mi abuelo solo le gané dos veces, una con mucho trabajo, explorando todas las posibilidades, y acabé cansado de usar la cabeza. Años después le volví a ganar, pero en ese entonces los medicamentos le afectaban su cerebro, no fue una victoria justa, además de que fue muy triste.

Prácticamente ya no he jugado, pero recuerdo las bondades de hacerlo. Es una actividad fascinante, que invita al cerebro a caminar por lugares nuevos. Recuerdo los torneos profesionales en México, la gente sudando, moviendo la pierna, fumando, dando clicks al reloj como posesos, a mi me iba fatal. Eran casi siempre hombres, había pocas mujeres, personalmente me encantaba ver cómo las mujeres le daban palizas a los hombres.

Pero nunca imaginé que la GRAN paliza de todas las palizas al «sistema» la daría una ajedrecista, un deporte que apriori no da muchos sobresaltos sociales. La ajedrecista Anna Muzychuk ha decidido renunciar a defender sus títulos, a competir y, por lo tanto, a no percibir los ingresos por dicha contienda. Se ha negado a ir a Riad (Arabia Saudí), un país que trata a las mujeres como humanas de segunda. Anna y Mariya Muzychuk (hermana y también ajedrecista) han mandando un mensaje contundente a sus rivales, a jugadorxs y no jugadorxs incluidos, a la federación, a monarcas y familias de la realeza, a otrxs deportistas, a empresarios y a la gente buena o no, pero con miedo. Trabajar y ganar dinero deben ser compatibles con ser justxs, con tener principios y ser coherentes.

Un NO estratégico, bien colocado, puede poner en jaque al machismo y a las monarquías, que son similares, violencia de estado, violencia normalizada.

Hacer lo que sea, pero libres y sin perjudicar o someter a otrxs. Algo así como jugar ajedrez al aire libre, cerca de un carballo en una tarde de verano…

Augusto Metztli.

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