El asesinato de Berta Cáceres

La madre de todos los ríos - internet

“Despertemos humanidad, ya no hay tiempo, nuestras conciencias serán sacudidas por el hecho de estar sólo contemplando la destrucción del planeta capitalista, racista y patriarcal”, Berta Cáceres al recibir el premio Goldman en el 2015.

El asesinato de Berta Cáceres (mujer, latinoamericana, indígena, ambientalista) no es sólo una pérdida para sus hijas, sus amigos o los movimientos sociales hondureños. El asesinato cobarde y a sangre fría de Berta a manos de unos sicarios que irrumpieron en su vivienda el pasado 2 de marzo es una pérdida enorme para la sociedad hondureña, falta de líderes y lideresas que luchen por los derechos de su pueblo, y una pérdida para el mundo. ¿Cuántas personas conocéis que sean íntegras, valientes, generosas, conscientes de las necesidades de su pueblo? ¿Cuántas conocéis que estén dispuestas a arriesgar su vida y la de su familia por defender lo que creen que es justo?

Cáceres participaba activamente en la lucha de las comunidades de Intibucá y Lempira en protesta contra los proyectos mineros e hidroeléctricos que empresas multinacionales quieren desarrollar en la zona, lo que le valió el premio Goldman ambientalista en el 2015. La primera versión del móvil del crimen fue la más fácil, en uno de los países del mundo con mayor tasa de criminalidad: la violencia común. El segundo intento apuntaba a problemas personales o pasionales, ¡ya sabéis!, mujer e independiente, carne de cañón. Pero la realidad es que Cáceres se encontraba amenazada por su trabajo como defensora de los derechos humanos, hasta tal punto que la Corte Interamericana de Derechos Humanos había instado al gobierno hondureño a que tomase medidas para garantizar su seguridad. A la vista está, que no lo hizo.

Berta no es una heroína, y dudo que nunca pretendiera ser mártir de nada, pero la vida a veces te pone en una posición complicada en la que la única opción es seguir hacia delante. Ésta es la difícil tesitura de muchas y muchos activistas de derechos humanos de Latinoamérica, Asia o África, que ante las permanentes agresiones y violaciones a las que son sometidos sus pueblos deciden echarse a los hombros todo el peso de su lucha, una decisión que no tiene vuelta atrás, aunque te pueda costar la vida.

Es más fácil mirar para otro lado desde un despacho, desde esos despachos en los que muchos políticos, empresarios o generadores de opinión pública toman las decisiones. Cuando, como era el caso de Berta, tienes la valentía de mirar a las víctimas a los ojos, cuando sientes esa empatía que te atraviesa, no hay vuelta atrás. La claridad y convicción con la que hablaba en sus entrevistas o discursos públicos lo demuestran, y no hay nada más efectivo para movilizar para la lucha que creer en lo que se dice. Por eso una ola de solidaridad y de apoyo ha barrido el mundo entero tras su asesinato.

Es probable que si hay presión internacional suficiente se detenga a los sicarios que apretaron el gatillo, incluso es posible que se llegue a identificar a algún representante público hondureño que pueda estar detrás del asesinato, pero lo que parece claro es que no llegarán al asesino intelectual, al poder económico al que los activistas molestan tanto. Ese poder económico internacional que cada vez utiliza más prácticas del crimen organizado, y al que sólo se puede parar evitando que tome las riendas de tu país.

Por eso sus hijas, en el propio velatorio de su madre, dieron buena muestra de quién las había educado y dieron en el punto clave: si queremos hacerle justicia a Berta, paralicemos todos los proyectos de explotación de recursos naturales que están en marcha en Honduras y que vayan en contra de los derechos de su pueblo.

Desde el año 2009, cuando Manuel Zelaya fue derrocado por un golpe de Estado, han sido asesinados más de un centenar de estudiantes, periodistas, abogados y activistas que denuncian el incumplimiento de los derechos humanos en el país centroamericano. Según un informe del Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos en Honduras (Cofadeh), en el período 2010-2014 han sido criminalizados 3.051 activistas por defender el derecho a la tierra, 32 por salvaguardar el medio ambiente, 14 por defender a los pueblos indígenas y ocho por resguardar la libertad de expresión, mientras que un total de 4 ahora mismo se encuentran desaparecidos.

Berta no es ni más ni menos importante que el resto, esos que luchan día a día en sus comunidades para defender su derecho a vivir con dignidad, porque saben que es la única opción, porque nadie más va a pelear por su supervivencia ni por la de su pueblo.

Artículo: Lorena Seijo.

Ilustración: Augusto Metztli

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